CHINA EN EL SIGLO XIX
Grupo de cortesanas retratadas en Shangai por un fotógrafo anónimo http://www.20minutos.es/noticia/2489210/0/primeras-fotos/occidentales-china/siglo-xix/ Fumadores de opio http://misterios.variaditos.net/las-peores-masacres-de-la-historia-parte-2
China
a comienzos del XIX: política interior y exterior
A comienzos
del siglo XIX China era, como en la actualidad, un enorme país que contaba con
un gran potencial demográfico. Sin embargo, ese gigante oriental era víctima de
la inercia marcada por su centenaria tradición y por las élites gobernantes.
Mientras el mundo occidental vivía un intenso proceso de urbanización e
industrialización, China era un país de campesinos, compuesto por un sinfín de
pequeñas y grandes aldeas; apenas existían ciudades que, desde luego, no eran
como las europeas. Esa sociedad rural era relativamente homogénea; tan sólo
destacaba del común un pequeño grupo aristocrático al que, debido al
inmovilismo existente, era muy difícil acceder.
En Pekín,
una de las pocas urbes a las que nos referíamos anteriormente, vivía el
emperador con su séquito y los miembros de la administración estatal. El
gobernante, para escarnio de algunos habitantes del país, pertenecía a una
dinastía extranjera de origen manchú [3]. No obstante, la labor de gobierno,
donde destacaba la figura de los mandarines, era relativamente eficaz. Estos,
al igual que la mayor parte de la población china, recelaban de la presencia
mercantil y militar extranjera que, a lo largo del siglo XIX, se fue haciendo
más abrumadora.
La primera
apertura de China a las exigencias comerciales de esos países –exceptuando,
claro está, las tímidas relaciones establecidas desde los viajes de Marco Polo-
se produjo en Cantón, y los beneficiados fueron los británicos. Posteriormente,
el Tratado de Nankín puso fin a la llamada Guerra del Opio, que enfrentó a los
chinos con el Imperio de la Reina Victoria entre 1839 y 1842 [4]. Según las
cláusulas del mismo, los vencedores adquirían el derecho a comerciar en cinco
puertos de China, uno de ellos a orillas del Yang Tse Kiang. Además, se
otorgaba un estatuto especial para Hong Kong. En este mismo periodo también
Francia y los EE.UU. lograron arrancar concesiones al receloso gobierno
oriental. Había dado comienzo el reparto de la “tarta china” que tan bien
caricaturizaron a finales de siglo los dibujantes de la prensa europea. Estas
concesiones fueron ampliadas a estas y otras potencias con motivo de la larga
insurrección de los Taiping, donde los occidentales tomaron postura en favor de
estos o del gobierno en función de sus propios intereses [4].
Estancamiento
y crisis en China.
La, en
cierto modo violenta, incursión comercial de Occidente provocó un generalizado
rechazo -en ocasiones rozando lo cómico- hacia todo lo relacionado con los “invasores”;
incluido el desarrollo de estos. Y, por si fuera poco, la fidelidad a la
civilización tradicional china no ayudó precisamente a superar estos
prejuicios. Mientras el poder imperial se iba poco a poco descomponiendo, el
territorio fue dividiéndose en feudos controlados por los “señores de la
guerra”. Sin embargo, no todo eran desgracias para el pueblo chino. En los
puertos abiertos al comercio, lugares donde se concentraban los principales
intereses europeos y norteamericanos, se fueron formando enclaves de desarrollo
económico. Fruto de la acumulación de población que huía de la pobreza rural,
se levantaron grandes ciudades; lugares que sirvieron como catalizadores de las
nuevas ideas.
La
manifestación más clara del retraso de China la encontramos en el control que
su vecino nipón empieza a tener sobre ella. Japón se convierte, al igual que
las potencias occidentales, en “señor” de los destinos chinos tras derrotar al
gigante asiático en la Guerra de Corea. La victoria japonesa tuvo consecuencia
territoriales y comerciales para la propia China, de las que también procuraron
sacar partido los europeos. Sin embargo, el temor de estos últimos a que el
expansionismo japonés pusiera en peligro sus intereses comerciales, les llevó a
apoyar al más débil. De esta manera, la nueva potencia fuerte –Japón- no pudo
sacar de su victoria todas las concesiones que deseaba.
Las
sucesivas derrotas y humillaciones facilitaron el surgimiento de sociedades
secretas que actuaban contra los intereses del gobierno, de los señores, y de
las propias potencias occidentales. Esas organizaciones constituyeron el germen
de la “revuelta de los boxers”, ante cuyas reclamaciones los emperadores no
tuvieron más remedio que ceder. Tan sólo la intervención occidental en pleno
cambio de siglo impidió que los radicales chinos se hicieran con todo el poder.
Las potencias, que por supuesto descartaban la posibilidad de colonizar
territorialmente China –era demasiado extensa y llevaba asociada consigo
demasiados problemas-, se limitaron a obtener nuevas garantías y privilegios
una vez finalizado el conflicto.
Las
revoluciones chinas.
La crítica
situación que vivía China obligó a la emperatriz Tseu-Hi a aceptar el programa
reformista propuesto por la nueva clase de hombres de negocios que había
surgido en el país [3]. Estos impulsaron un proceso de desarrollo basado en
prácticas económicas de tipo moderno, que vino acompañado de una reforma del
Ejercito y del funcionariado, y por la promulgación de una Constitución.
Además, se abandonaron muchas de las antiguas tradiciones, de entre las que
destaca el culto a la figura divina imperial. Esto, junto con el aumento del
número de funcionarios y altos cargos antidinásticos, debilitaron la posición
de la familia imperial.
En 1912,
tras la caída de la dinastía reinante Sun Yat Sen se convirtió en el primer
presidente de la República China. Este personaje había elaborado unos años
antes una teoría política en la que defendía el nacionalismo antimanchú, el
antiimperialismo, la democracia y el socialismo. Sin embargo, su ineficacia en
la lucha contra los imperiales y los “señores de la guerra”, a la que se unió
la anarquía existente dentro del propio territorio republicano acabaron
propiciando el relevo en la presidencia; Sun Yat Sen fue sustituido por Yuan
Che-kai.
Al término
de la Gran Guerra (1914-1918), los acuerdo de paz acabaron por legitimar la
ocupación japonesa de varios territorios del Pacífico, incluidos algunos
pertenecientes a China. Este hecho, unido a la inercia desastrosa que
arrastraba el gigante asiático desde comienzos del XIX, volvió a sumir al país
en una profunda crisis. Tras el periodo de caos, en 1927 el Kuomintang asumió
el poder. La tranquilidad se prolongo durante un breve periodo de cuatro años,
en los cuales este grupo mantuvo unidos en su seno a nacionalistas, socialistas
y demócratas. La ruptura del pacto con los comunistas marcó el inicio de un
nuevo periodo de crisis. Las luchas entre “señores de la guerra” volvieron a
asolar el territorio chino, al tiempo que Japón invadía Manchuria en 1931. Con
este panorama interno China iba a enfrentarse al convulso periodo bélico de
finales de los años treinta y principios de los cuarenta. En 1937 iniciaba una
guerra con Japón que, enlazando con los II Guerra Mundial, no tocó a su fin
hasta el años 1945 [1]. La nación china sufrió grandes pérdidas en el
conflicto, fue humillada en numerosas ocasiones, pero gracias a la victoria
aliada salió triunfadora en la conflagración.
El final
victorioso sobre Japón en la guerra de 1937-1945 no acabó de apaciguar los
ánimos en China. La división dentro del Koumintang tras la ruptura
protagonizada por los comunistas de Mao Tse-Tung, llevó al ejército de este a
enfrentarse con el gobierno de Chang Kai-Shek [5]. La guerra civil china duró
cuatro años (1945-1949). En ella los comunistas, con apoyo de la URSS, se
alzaron con la victoria. Los nacionalistas huyeron del territorio continental,
constituyendo un gobierno en el exilio en la isla de Taiwán (Formosa) bajo la
protección y el reconocimiento de los EE.UU. Desde entonces existen dos estado
que reclaman la herencia china: uno comunista en el continente, y otro
nacionalista en la isla.
Bibliografía
[1]
Historia Universal Contemporánea I y II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona –
Ariel – 2004.
[2] La
guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente
(1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.
[3] Los
Manchúes; Pamela Kyle Crossley – Barcelona – Ariel – 2002.
[4]
Historia breve de China; Pedro Ceinos – Madrid – Silex – 2003.
[5] Cisnes
salvajes: tres hijas de China; Jung Chang – Barcelona – Circe – 2006.
[6]
Historia del nacionalismo; Hans Kohn – México – Fondo de Cultura Económica –
1984.
https://historiaencomentarios.wordpress.com/2008/10/27/china-el-gigante-asiatico-de-1800-a-1949/
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